Por Sergio Marcano
Los personajes y eventos de
este relato son totalmente ficticios,
cualquier semejanza con personas vivas
o muertas es absoluta coincidencia.
(45 – 55 ⌚)
En el interior de un rancho armado con retazos de madera y metal desvencijado, iluminada por la tenue luz de un velón encendido, vemos la foto de Rosa Virginia, una mujer atractiva
de unos 40 años.
Acostada en una cama cercana Mamaíta; una anciana delgada, comienza a toser de manera repentina. A su lado, Ramiro, su hijo de 65 años de edad, un hombre moreno, de contextura
gruesa, se despierta sobresaltado.
RAMIRO: ¿Amaneciste enferma Mamaíta?
La anciana se toca el pecho y tose una vez más.
MAMAÍTA: Ay mijo… Amanecí
con ese pecho apreta’o…
Ramiro se quita de encima un pedazo de tela descolorido que hace las veces de cobija, se incorpora de la cama y le cubre los pies a la anciana.
RAMIRO: No cojas frío
que las medicinas están muy caras.
Mamaíta se cobija hasta los hombros.
De una silla Ramiro toma un blue jean descolorido por el uso y lo viste.
MAMAÍTA: ¿Te vas a ir tan
temprano?
Ramiro asiente.
RAMIRO: Si… Voy a hacer la cola en el mercado de la esquina. El portugués me dijo ayer que hoy llegaba pasta, harina pan y arroz… A ver si hoy logro conseguir
algo de eso…
Mamaíta se incorpora de la cama y asiente.
MAMAITA: ¡Ay cristo nazareno! Ojala que así sea…
Se persigna.
Ramiro se pone una franela roja con
una cara de Chávez completamente descolorida.
Se acerca al retrato de Rosa Virginia mirándolo con añoranza.
RAMIRO: AY Negra como me haces falta…
Levanta el retrato.
RAMIRO:
Ayúdame con la paciencia. Que yo pongo todo lo demás…
Le da un beso y se persigna.
Se acerca la cama donde duermen Jacinto (13 años), Rosarito (7 años) y Duglas (3 años).
Y los bendice con la señal de la cruz.
RAMIRO: Que la gracia de Jesús me los ampare.
Con la mano derecha despierta a Jacinto
RAMIRO: Jacinto…
Jacinto se retuerce
en la cama somnoliento.
RAMIRO: Jacinto, párate y vete a buscar los periódicos y los cocosetes…
Jacinto se cubre la cabeza con la cobija, adormilado y sin deseos de levantarse.
JACINTO:
Papá no se gana plata de verdad vendiendo periódicos, ni cocosetes, ni café, ni tortas…
Sorprendido.
RAMIRO: ¿¿¡¡A no!!?? ¿Entonces con qué se
gana?
Jacinto se sienta en la orilla de la cama.
Responde irritado.
JACINTO: Ay papá… No entiendes nada…
Ramiro lo mira sorprendido.
MAMAÍTA: ¡Jacinto!
Respete a su padre.
RAMIRO: ¿Ah no? ¡Bastante que he sudado para darte ese tamaño!
Jacinto se levanta de la cama y sale por la parte de atrás del rancho.
JACINTO: Ya,
Ya…
Conciliadora.
MAMAÍTA: Ahorita él sale Ramiro, no te preocupes…
Un poco molesto.
RAMIRO: ¡Carajito!
Cambiando el tono.
RAMIRO:
Con el favor de Dios yo vengo esta noche con comida.
Ramiro camina a la puerta del rancho y la abre.
MAMAÍTA: Que Dios te proteja y te libre de todo mal…
RAMIRO: ¡Amen!
Ramiro
saca una pequeña biblia del bolsillo trasero del pantalón. Abre el libro al azar y lee:
RAMIRO: Libérame o Jehová del hombre malo; guárdame del hombre violento. De quienes maquinen
males en el corazón y urdan contiendas. Del veneno de quienes aguzaron su lengua como serpiente; Guárdame Jehová del impío; líbrame de los injuriosos que piensen trastornar mis pasos.
Se
persigna tres veces, guarda el libro y con paso rápido comienza a bajar las empinadas escaleras del barrio. Saludando con simpatía a los vecinos con los que se encuentra en el camino.
Parte del valle
de Caracas se ve en el fondo, sobre los techos de las casas y de los ranchos.
Aún no ha amanecido completamente y las luces del alumbrado público y de muchos edificios permanecen encendidas.
La
cola en el mercado de la esquina ya da la vuelta a la cuadra. Ramiro se para detrás de una mujer con unos seis meses de embarazo y de su abuelo, un anciano delgado.
ANCIANO: …Muchos hombres se van a
quedar solos este año, amor con hambre no dura. Aquí no hay trabajo que valga…
Una anciana recostada de una reja mira a Ramiro adormilada y le pregunta.
ANCIANA: Y ¿usted ha rebajado?
RAMIRO:
Yo sí, pero no mucho, como unos 6 kilos.
La anciana se ríe.
ANCIANA: ¿Y cuantos más quiere perder pues?
RAMIRO: Ninguno más, por eso estoy aquí tempranito
en esta cola…
Todos los presentes tienen las expectativas en alto. Esperan poder conseguir algo de lo que hace semanas escasea. Algunos rumoran, con cierta ilusión en el tono de voz, que podría
llegar leche, huevos, harina de maíz, aceite, jabones de baño, papel toilet, pollo.
Suena más bien como una lista de deseos.
Como a eso de las 7.30 de la mañana comienza a llegar
el personal del mercado. El gerente, vigilantes, cajeras, carniceros, empaquetadores.
A las 8 de la mañana un camión de la polar descarga unas pacas de harina de maíz, de aceite, margarina.
Todos
en la cola miran expectantes la descarga.
Alegrándose por la suerte de tener el número de cedula correcto para poder comprar allí, ese día.
Un convoy militar se acerca por la esquina
y de él se bajan tres soldados muy jóvenes armados con armas largas. Tras mascullar unas palabras con el vigilante de la puerta, entran al supermercado.
En la parte de atrás del
rancho. Iluminado por la luz de un bombillo que pende de un cable pelado. En un pequeño baño con piso de cemento y paredes de tablas de madera, Jacinto saca agua de un gran tobo de plástico con una lata
descolorida y oxidada de leche la campiña.
Primero, se lava las manos, la boca y luego se echa un poco de agua en la cara. Toma un paño de color amarillo colgado en un alambre. Lo humedece y se lo pasa por
las axilas. Se peina. Jacinto está pensativo. Tiene claro que con el café y los periódicos no ganará más de tres o cuatro mil bolívares.
Llena otra vez la lata de leche
y camina al interior del rancho.
Echa el agua en una ponchera de plástico verde sobre un tablón de madera, cerca de la cama donde está Mamaíta.
MAMAITA: Gracias mijo.
Mamaíta
moja un pequeño paño de color rojo, lo humedece y se lo pasa por el rostro.
Repentinamente comienza a toser y se cubre la boca con ambas manos para hacer el menor ruido posible.
JACINTO: ¿Te
sientes mal?
Mamaíta niega con la cabeza.
MAMAÍTA: No mijo, no es nada…
Duglas y Rosarito ya están despiertos y forcejeando el uno con la otra en la cama.
JACINTO:
¡Carajitos! Quédense tranquilos…
Duglas y Rosarito lo miran, se ríen y siguen forcejeando.
MAMAÍTA: Duglas ven acá…
Duglas la ignora.
MAMAÍTA:
¡Duglas Rafael! Ven para acá te digo.
Duglas se levanta de la cama y camina a regañadientes.
Mamaíta lo agarra por un brazo y le pasa el paño húmedo por el rostro. Duglas
luce incómodo.
DUGLAS: No… ’ta muy fría.
Se aparta de ella.
MAMAÍTA: Si, mijito pero quédate tranquilo que te tengo que quitar las lagañas para
que no te quedes ciego… ¿Tu no te quieres quedar ciego verdad?
DUGLAS: No.
Mamaíta mete un pocillo en la ponchera, llenándolo de agua.
MAMAÍTA: Agarra.
Ve y enjuágate la boca allá afuera.
Visiblemente molesto Duglas agarra el pocillo y sale del rancho.
Jacinto se pone una franela azul que dice NIKE en letras grandes.
JACINTO: Nos vemos
más tarde…
MAMAÍTA: Ven acá. Déjame echarte la bendición…
Jacinto se acerca a la anciana a regañadientes. La anciana le da un beso en la frente.
MAMAÍTA:
¿Vas a buscar los periódicos?
Jacinto no le responde.
Mamaita lo persigna.
MAMAÍTA: En el nombre del padre del hijo y del espíritu santo… Mucho juicio por ahí
mijo…
Jacinto asiente y sale del rancho. Duglas está afuera haciendo gárgaras de agua. Jacinto le da un lepe.
Molesto Duglas le tira el agua encima. Jacinto la esquiva riendo.
JACINTO:
¡Pendejo!
Duglas lo mira alejarse, sobándose la cabeza.
Jacinto baja rápidamente las escaleras del barrio.
En las escaleras se encuentra con Quemao, un muchacho negro, delgado,
de 16 años, que fuma ávidamente un cigarrillo. Jacinto se acerca a él.
JACINTO: ¡Épale Quemao!
QUEMAO: ¡Que pasó catire! ¿En que andas tú? ¿Quieres
ganarte unos reales?
JACINTO: Voy a eso, a buscar unos cocosetes…
QUEMAO: ¡No vale! ¿¡Qué’s eso!? Eso no da rial. Vente conmigo.
Jacinto se le queda mirando.
Aunque
aun no son las 8 de la mañana, la cola del mercado ya llega a la pollera de Juancho -unas 3 cuadras hasta la puerta del mercado-. Pero no solo ha crecido hacia atrás, también ha crecido notablemente hacia
adelante de Ramiro, con la llegada de hijos, esposos, comadres y conocidos de los que ya estaban antes que él.
A las 8.30 el vigilante abre la puerta de entrada del supermercado y los tres militares, con
caras de pocos amigos, organizan la entrada en grupos de diez compradores.
Justo en ese momento una maracucha, de unos 50 años, con el pelo pintado de amarillo y de caderas generosas, se colea delante de Ramiro.
La
mujer embarazada se molesta al verla.
EMBARAZADA: ¿Pero que es chica? Nosotras llevamos más de 5 horas de cola y ¿Tú vas a llegar fresca y cara lavada a colearte?
La Maracucha
voltea a mirarla y la ignora con sorna.
La embarazada se siente indignada.
EMBARAZADA: ¡Qué descarada!
MUJER 2: Estas pegada mija. Al sr. ¿No le importa verdad?
Ramiro
hace señas de que no le importa.
La embarazada la deja tranquila.
Como a las 9.30 de la mañana finalmente Ramiro puede entrar al mercado.
Camina azorado por entre estantes vacíos.
Dos
mujeres delgadas y en cholas, que estaban detrás de Ramiro en la cola, corren rápidamente por el pasillo dejándole atrás.
Un hombre y sus dos hijas adolescentes caminan en la dirección
contraria a la que camina Ramiro cargando harina de maíz, leche, aceite y mantequilla entre sus brazos.
Al final del mercado, Ramiro descubre un grupo de productos tirados en el suelo.
La gente se arremolina
desesperada sobre ellos.
VOZ PARLANTE: Informamos a nuestra distinguida clientela que solo se venderá por persona un paquete de leche, dos de arroz y pasta y tres de harina de maíz.
Ya queda
poco de todo. Ramiro se abre paso usando los codos para alcanzar dos paquetes de harina de maíz.
VOZ PARLANTE: Informamos a nuestra distinguida clientela que se terminó la leche.
El último
paquete de leche lo agarran la Maracucha y la mujer embarazada y las dos mujeres se incorporan jalándolo en distintas direcciones.
MARACUCHA: ¿¡Que es lo que te pasa a ti¡? ¿¡ahhh¡?,
¿Tú te las tiras de arrecha? Yo la agarre primero. ¡Es mía!
La embarazada, que no está dispuesta a que se le gane esta partida, no suelta el paquete.
EMBARAZADA: ¿Que
es lo que te pasa a ti de qué? ¿Tú crees que porque yo estoy preñada no te la voy a prender? ¿Ahh? Yo si te la prendo. ¡Yo si tengo la cuca bien puesta!
Repentinamente el paquete
de leche explota esparciendo el polvo blanco en todas las direcciones.
En el rancho Mamaíta camina penosamente hasta una alacena improvisada con dos huacales y unos ladrillos.
Saca una canilla de pan
de la bolsa y con un cuchillo la pica en dos partes.
Abre los pedazos de pan con el cuchillo.
Toma un pote de mayonesa del guacal y unta dos de los panes con mayonesa.
MAMAÍTA: Rosarito toma, Duglas
agarra.
Los niños se acercan corriendo y sonriendo, toman las porciones del pan y caminan a la cama.
MAMAÍTA: Cuidado que me tumban.
Mamaíta camina de nuevo a la cama y
se sienta entre ellos.
Con los dos paquetes de harina de maíz entre las manos, en medio de la avenida, Ramiro se monta en un autobús y se sienta al lado de una mujer de 46 años que tiene un
periódico de deportes sobre las piernas.
Ramiro le sonríe y pregunta si le dejaría leerlo.
La mujer lo mira sin decir una palabra y se lo entrega.
RAMIRO: ¿No se pone brava verdad?,
porque la gente ahorita anda molesta…
MUJER: No, no Sr. Yo no me molesto, si no me arrugo…
RAMIRO: ¿Y a usted le gusta verse jovencita?
MUJER: ¿Y a quien no…?
RAMIRO:
Es verdad…
Ramiro lee los resultados del béisbol con atención.
En la radio comienza a sonar “Apágame la vela” de la Billo’s Caracas Boys.
Casi sin darse cuenta
Ramiro canta entre sus labios la canción.
RAMIRO: Unos la prenden de noche, otros la apagan de día… Apágame la vela, María… Pero que Apágame la vela…
La
mujer a su lado lo mira de reojo y se sonríe.
Ramiro camina por largo un pasillo. Terminando de vestirse con una braga de la empresa de aseo urbano.
Se acerca a un filtro, agarra un vaso de cartón,
se sirve un poco de agua y se la toma rápidamente. Acelera sus pasos hasta salir por una puerta.
Rogelio, el conductor de un camión de recolección de basura, un hombre blanco con algo de sobrepeso,
mira a Ramiro salir del edificio a través del espejo lateral e inmediatamente enciende el motor del camión.
ROGELIO: Srtas. ¡Agárrense que nos vamos!
Suena la corneta del camión
varias veces.
A través del espejo vemos a Ramiro sonreír, apresurar el paso y subirse a la parte de atrás del camión.
El conductor del camión cambia la velocidad de la caja sincrónica
y en un dos por tres saca el camión del estacionamiento.
Ramiro, mira las calles pasar rápidamente montado en la esquina posterior derecha del camión.
Cierra los ojos disfrutando de la
brisa.
El sol brilla en el cielo.
Una mujer blanca de pelo negro camina apresuradamente sosteniendo su cartera con fuerza contra su pecho. Sus pasos rápidos sortean hábilmente los espacios que
dejan libres los buhoneros que a esa hora comienzan a vender toda clase de baratijas. Por todos lados hay puestos ambulantes, cavas que venden pastelitos, arepas, empanadas, tequeños.
En una tienda recién
abierta un vendedor guinda torsos de maniquíes, con senos abundantes, que exhiben tops de licras de diferentes colores.
Muy cerca, en la esquina, un hombre con un bolso tricolor en sus espaldas abre y revisa una
bolsa de basura.
Un limpiabotas de 50 años pasa betún a los zapatos a un ejecutivo que lee un ejemplar impreso del Últimas Noticas en el que se lee en letras grandes: Maduro Encendió
los 15 motores de la economía.
A su lado un anciano vendedor de café le sirve un guayoyo en un pequeño vaso plástico.
Unos metros más allá una anciana famélica,
vestida con harapos pide limosnas o algo de comer a los transeúntes.
Jacinto y Quemao caminan por un terminal de autobuses.
Se acercan a un puesto de comida.
El vendedor, un hombre blanco de unos
35 años y bigotes negros, les habla con marcado acento colombiano.
EL VENDEDOR: ¿Buen día que van a querer?
QUEMAO: ¿Cuánto cuestan las papas rellenas?
EL VENDEDOR:
Solo tres mil bolivaritos…
Jacinto se acerca tímidamente al puesto.
QUEMAO: ¿Tú comiste?
Jacinto niega con la cabeza.
El Quemao asiente.
QUEMAO: Dame
dos papas rellenas.
EL VENDEDOR: ¿Que les pongo para tomar?
QUEMAO: ¿De qué tienes jugo?
EL VENDEDOR: Pera, parchita, melón, mandarina, patilla.
QUEMAO: Yo
quiero parchita. ¿Y tú Catire?
Jacinto niega con la cabeza.
QUEMAO: ¡Ponte las pilas carajito!
El vendedor se ríe de Jacinto.
JACINTO: Melón, melón…
El
vendedor le sirve los jugos en unos vasos plásticos.
EL VENDEDOR: ¿Y ustedes están viajando solos?
Jacinto mira a Quemao.
QUEMAO: Si… Mi papá nos está
esperando en Barquisimeto, ¡Dígalo ahí Catire!
JACINTO: Si, si…
EL VENDEDOR: Ah…
El vendedor les da los jugos.
Quemao mastica tranquilamente la papa rellena
y toma sorbos de su jugo.
Jacinto come desaforadamente la papa.
QUEMAO: ¿Y entonces Catire? ¿Tú también vas a ser barrendero?
Jacinto mira a Quemao incómodo y se queda
pensativo un momento.
Comienza a masticar más lentamente y niega con la cabeza.
JACINTO: ¡Nah!
Un hombre con equipaje llega al lugar.
Le habla al vendedor dándose aires de
importancia.
HOMBRE: Buenos días mi Don. ¿De qué tiene pastelitos?
El vendedor le sigue el juego.
EL VENDEDOR: Para usted tengo de carne molida con papa, de queso y de queso
con jamón.
HOMBRE: Deme uno de carne molida con papa por favor.
EL VENDEDOR: ¡Por supuesto!
Jacinto termina de comer y mira a Quemao con cara de preocupación.
Se le
acerca y le habla en voz baja.
JACINTO: ¿Tú tienes plata para pagar esto?
QUEMAO: ¡No joda chico! ¡Yo no pago por comida! ¡La comida es mierda!
Quemao se ríe
y le dice en un susurro.
QUEMAO: ¡A la cuenta de tres dejamos el Pelero!
Sorprendido Jacinto mira los labios de Quemao moverse en cámara lenta.
Uno.
Dos.
Tres.
Y
ambos se lanzan a correr.
El vendedor se da cuenta de la estafa y comienza a gritar completamente fuera de si.
EL VENDEDOR: ¡Agárrenlos!, ¡Policía!, ¡Rateros!, ¡Gonorreas!
Intenta
correr tras de ellos pero se devuelve, porque no puede dejar el puesto solo.
Quemao y Jacinto escapan del lugar.
El camión de basura se detiene en una esquina ennegrecida por una montaña
de desperdicios. Los 4 hombres guindados en la parte de atrás del camión bajan y trabajan rápidamente, de una manera acompasada, casi rítmica.
Ramiro junta los desperdicios desperdigados
con una pala.
Mientras que Pedro, un hombre de prominente barriga y Mario, calvo y con lentes, extienden una sábana descolorida en medio de la calle; en la que José Luis, un hombre delgado, echa los
desperdicios con una escoba.
Una vez que la sabana está atiborrada de basura, Pedro y Mario la arrojan como una catapulta al interior del camión.
Una indigente, una mujer blanca de unos 33 años,
con uno corte de pelo estrafalario se les acerca amigablemente.
MUJER: ¿Traen algo de comer ahí?
Ramiro niega con la cabeza.
JOSE LUIS: Mami. Esta es nuestra primera parada.
La
mujer asiente sin inmutarse y camina de vuelta por donde vino.
PEDRO: Supuestamente hoy nos pagan…
RAMIRO: Coño Ojalá… ¡Que pelazón!
PEDRO: A mi ¡El
portugués del barrio no me quiere fiar ni una sopa maggi! Si no me pagan hoy, mañana amanezco yo abriendo las bolsas de la basura.
RAMIRO: El Sr. Maldonado es un hombre serio y si llegan los reales
seguro nos paga.
CONDUCTOR CAMION: ¡Muévanlo señoritas!, que aún hay mucha basura por recoger en Caracas, y no tenemos todo el día…
Los cuatro hombres se montan
en las esquinas del camión y el camión se pone en movimiento.
Desde la acera un anciano negro y de anteojos, los saluda riendo.
HOMBRE: ¡Esos bomberos!
Ramiro se ríe y voltea
a mirar a Pedro que le grita molesto al hombre.
PEDRO: ¡Bombero será tu madre!
El anciano se queda en la esquina riéndose y saludando con el brazo, viendo al camión alejarse.
Ramiro
lo saluda de vuelta.
El camión frena de repente.
Los cuatro hombres se aguantan con fuerza sorprendidos y miran hacia adelante.
Molesto el conductor asoma medio cuerpo por la ventana del camión
gritando.
CONDUCTOR CAMION: ¿¡Te volviste loca mujer!? Mira por dónde vas!
La mujer pelirroja de 34 años conduce en un fiat uno blanco.
MUJER: ¡Ay no mijito! ¡Tomate
un tilo!
Ramiro mira el carro de la mujer avanzar lentamente.
A su lado Pedro le comenta.
PEDRO: Me dieron unos datos bien buenos para la lotería… ¡Y el compadre Pancho no se pela
nunca!
Ramiro asiente.
RAMIRO: ¿¡Se imagina que nos ganemos la lotería!?
Pedro le sonríe agarrado del camión.
PEDRO: ¡Nos compramos tres botellas
de whisky y hacemos una parrilla mar y tierra gigante en Los Caracas con los muchachos!
Ramiro le sonríe y asiente.
RAMIRO: ¡Ay mi compadre! Ojala.
Parado en una esquina
Quemao y Jacinto miran a una chica de 30 años que camina por una acera.
La chica va bien vestida, con tacones altos. Su cartera Louis Vuitton cuelga despreocupadamente del brazo derecho.
QUEMAO: Esta
es la propia Catire. Espérame aquí. Pase lo que pase… ¿okey?
Jacinto asiente con la cabeza.
JACINTO: Dale.
Quemao se acerca a la chica rápidamente y se le abalanza
sobre la cartera.
Ella no puede evitar el repentino arrebatón.
Quemao corre con la cartera entre las manos y se mete por una calle que conduce a un estacionamiento subterráneo.
Tres hombres envalentonados
y dispuestos a devolver la cartera a la chica corren tras él.
El estacionamiento es un espacio grande, poco iluminado, con algunos carros desperdigados en los tres pisos del lugar.
Escondido detrás
de un carro amarillo, Quemao mete las manos en la cartera y rápidamente la despoja de un fajo de billetes.
Unos 230 mil bolívares.
Los hombres entran al estacionamiento, bajan incluso al tercer piso,
pero no ven a Quemao por ninguna parte.
Quemao camina agachado y sigilosamente detrás de los carros hasta encontrar una salida por el edificio.
Parado en la esquina Jacinto mira a la chica, que luce
nerviosa y preocupada.
La chica está rodeada por un grupo de gente que intenta consolarla.
Por detrás de Jacinto aparece Quemao.
QUEMAO: Vámonos de aquí.
Los tres
hombres que perseguían a Quemao salen del estacionamiento negando con la cabeza.
Uno de ellos trae la cartera vacía entres sus manos.
La chica revisa la cartera y comienza a llorar al ver que no
tiene su dinero.
Jacinto y Quemao se alejan del lugar.
En la apresurada caminata Quemao le enseña el dinero a Jacinto.
QUEMAO: ¿Cuantos cocosetes son estos? ¿Ahh Catire?
Jacinto
mira el dinero sorprendido.
Se acercan a una tienda de zapatos deportivos y entran a ella.
Quemao escoge un par de zapatos NIKE color blanco y una vendedora se los trae.
Quemao se los pone y se mira en
el espejo totalmente feliz.
Jacinto lo mira en silencio.
QUEMAO: Ponte tú los míos y bota esas llagas que tienes puestas.
Jacinto mira los zapatos deportivos negros que traía
Quemao y luego mira los suyos. Unos modestos zapatos de cuero gastados de tanto uso.
JACINTO: ¿En serio?
QUEMAO: Claro.
Jacinto sonríe y sin pensarlo demasiado se quita sus zapatos
y se pone los de Quemao.
Al terminar su turno, Ramiro y sus compañeros de labores regresan a la oficina.
En un baño de paredes llenas de afiches que refieren las bondades de la Revolución
Bolivariana, los cuatro hombres se lavan con jabón azul y agua que toman de unos pipotes en medio del baño, hablan apasionadamente de un reñido juego de béisbol entre las Águilas del Zulia
y los navegantes del Magallanes.
Un poco más limpio Pedro camina rápidamente a la oficina principal y se acerca al escritorio de una secretaria. En voz baja le pregunta.
PEDRO: ¿¿¿Pagaron???
SECRETARIA:
Si… ¡Los cheques ya están en administración!
Contento Pedro se voltea a ver a Ramiro levantando ambos pulgares.
Ramiro le sonríe.
SECRETARIA: Señor González
no se olvide de sus paquetes de harina de maíz.
RAMIRO: Gracias mijaquerida.
Ramiro toma los paquetes.
SECRETARIA: El Dr. Maldonado quiere hablar con usted.
Pedro mira extrañado
a un hombre joven sentado en una de las sillas de plástico blanco colocadas contra la pared.
RAMIRO: ¿Conmigo?
Ramiro le pregunta con algo de extrañeza.
SECRETARIA: Si, pase
a su oficina por favor.
RAMIRO: ¿Ya?
La secretaria asiente.
SECRETARIA: Si venga por aquí.
La secretaria se levanta y conduce a Ramiro a una oficina. Toca la puerta antes
de entrar.
Ramiro camina nervioso tras ella.
DR. MALDONADO: Pase adelante.
La secretaria abre la puerta.
SECRETARIA: Aquí está el Sr. González.
DR. MALDONADO:
Pase… Por favor.
Ramiro entra al lugar.
La secretaria cierra la puerta tras él.
DR. MALDONADO: ¿Cómo le va Sr. González? Siéntese…
Ramiro se
sienta. Luce incomodo, fuera de lugar.
RAMIRO: Si, todo bien, gracias… ¿Cuénteme, a que se debe su llamado?
El Dr. Maldonado lee una hoja de su escritorio.
Ramiro le mira algo nervioso.
DR
MALDONADO: ¿Qué edad tiene usted Sr. González?
Sin entender claramente, Ramiro le responde.
RAMIRO: Cumplo 67 años el 1ero de agosto. ¿Pero que…?
SR MALDONADO:
Voy a hablarle sin rodeos Sr. González, necesitamos un hombre más joven para que haga su trabajo…
RAMIRO: Pero Dr. Maldonado… ¡Si yo todavía puedo hacerlo!
El Dr.
Maldonado pisa el botón de un intercomunicador.
SR. MALDONADO: Luisa, por favor, deje entrar al Sr. Jorge Romero.
De pronto se abre la puerta de la oficina, Jorge Romero, un joven moreno alto y
robusto, entra al lugar.
Ramiro lo mira sin decir una palabra.
Jorge Romero se para apenado frente al escritorio del Sr. Maldonado.
JORGE ROMERO: Me mando a llamar Dr. Maldonado.
El Dr. Maldonado
asiente.
DR. MALDONADO: Sr. Romero dígame su edad
JORGE ROMERO: 22 años doctor.
El Dr. Maldonado asiente y mira a Ramiro.
Ramiro baja la cabeza.
DR. MALDONADO:
Por favor espéreme afuera Sr. Romero.
Jorge Romero asiente y sale de la oficina.
DR. MALDONADO: A partir del lunes Sr. González preséntese para cuidar el estacionamiento de la estación.
Casi
en un susurro.
RAMIRO: Pero…
DR.MALDONADO: Su guardia será…
El Dr. Maldonado Mira una hoja sobre su escritorio.
DR.MALDONADO: De 6 de la tarde a las 6 de la mañana…
Créame, es lo mejor para un hombre de su edad. Lamentablemente su sueldo será de…
Lee de nuevo del documento en su escritorio.
DR.MALDONADO: 14.825 bolívares menos.
Ramiro
mira al suelo deprimido, humillado. Las palabras “Para un hombre de su edad” resuenan en su cabeza.
RAMIRO: Pero Dr. Maldonado… Yo todavía soy un hombre fuerte. Mire.
Ramiro coloca
los paquetes de harina de maíz en una mesita de madera frente a él, se levanta de la silla y camina a una esquina de la oficina. Allí agarra una pesada caja llena de libros y papeles, la levanta del suelo
y la pone sobre sus hombros.
DR. MALDONADO: No, no, señor González. ¿Que hace…?
Pero el peso de la caja es muy grande para Ramiro y este pierde el equilibrio cayendo pesadamente
al suelo.
Sorprendido, pero prefiriendo no involucrarse en lo que acaba de suceder el Dr. Maldonado toma el teléfono y marca la extensión de la secretaria.
DR. MALDONADO: Luisa, venga para
acá inmediatamente y haga pasar una vez más al Sr. Romero.
Duglas llora a gritos sentado en el suelo.
Mamaíta lo llama cariñosamente.
MAMAÍTA: ¿Qué
te paso mijo?, venga para acá. No me haga pararme que me duelen las piernas.
Duglas se levanta tapándose los ojos y se acerca con pasos cortos a Mamaíta.
Rosarito juega tranquila sentada
en una esquina con una muñeca plástica.
Mamaíta lo sube a su regazo y lo consuela cantándole una canción suavemente.
MAMAÍTA: Luna, luna, luna llena, menguante…
Yo tengo la ropa limpia… Yo tengo la ropa limpia, ayer tarde la lave… Luna, luna, luna…
Poco a poco Duglas deja de llorar y se queda dormido entre los brazos de la anciana.
Visiblemente
consternado Ramiro espera su turno para acceder a las taquillas de un banco.
Lleva un cheque doblado y su cedula en la mano derecha.
Detrás de Ramiro esperan unos 25 ancianos, hombres y mujeres con caras de
cansados.
En su mente, Ramiro, habla consigo mismo, como si estuviese doble personalidad.
RAMIRO: ¿De dónde voy a sacar yo más plata? …No se… …De algún lugar tendrá
que ser…
Al lado de la taquilla, una anciana desconfiada cuenta los billetes que acaba de recibir, uno a uno.
RAMIRO: Habrá que apretarse más los pantalones. ¿Más? …Será
para que nos terminemos de morir de hambre…
El cajero finalmente le hace una señal a Ramiro para que avance.
Ramiro camina al lugar, entrega su cedula y el cheque.
El cajero de manera expedita
revisa los datos en un computador, cuenta unos billetes y le entrega el dinero.
RAMIRO: Tendrás que conseguirte otro trabajo… ¿Pero quién va a contratar a un hombre de tú edad? …Yo
no se, pero los reales tendrán que salir de alguna parte…
Ramiro guarda unos billetes en su billetera, otros en el bolsillo derecho y los restantes en el bolsillo izquierdo.
Sale del banco,
del centro comercial y camina unos pasos por la calle, absorto en sus pensamientos.
RAMIRO: 15.000 bolívares menos. ¿Cómo…
De pronto, 2 tipos se le acercan a los lados y
le ponen un cuchillo en el costado derecho.
LADRON 1: Negro dame los reales que llevas ahí.
Sorprendido y asustado.
RAMIRO: ¿Reales? ¿Que reales?
Violento.
LADRON
2: Los del día de cobro papá…
RAMIRO: Pero si yo no trabajo, ¿Cual día de cobro?
El Ladrón 2 le da un golpe en el costado.
Y lo agarra por la parte de atrás
de la franela.
LADRON 1: ¿Tú como que te quieres morir hoy viejo pendejo?
¡Suelta los reales!
Ramiro mete la mano y saca su cartera.
LADRON 2: Dame acá.
Ladrón
2 le quita la cartera a Ramiro de las manos.
La abre y le saca el dinero. Se la devuelve.
RAMIRO: ¡Es todo lo que tengo!
Riendo.
LADRON 2: No, no. Aquí falta real.
El
Ladrón 2 mete la mano en el bolsillo derecho del pantalón de Ramiro.
Ramiro forcejea.
El Ladrón 1 le da un golpe en el estómago.
Ramiro cae a suelo lleno de dolor.
El Ladrón
2 logra sacar el dinero del bolsillo de Ramiro.
RAMIRO: ¡¡¡DESGRACIAOS!!!; ¡¡¡LADRONES!!!
Algunas personas miran con lo
que sucede asustados, desde lejos. Nadie interviene.
LADRON 1: Vamos, vamos que viene más gente…
El ladrón 2 le da una patada con todas sus fuerzas a Ramiro en el torso y le arranca
los dos paquetes de harina de maíz de las manos.
Los Ladrones corren con todas sus fuerzas alejándose del lugar.
Lleno de dolor, humillado, Ramiro se incorpora del suelo poco a poco.
Se toca los
billetes que quedaron el bolsillo izquierdo. Mira a los ladrones alejarse. A su lado ve tirada su copia de la biblia de bolsillo. La recoge, la abre al azar y lee en el pequeño libro la siguiente frase:
RAMIRO:
“Oh juez de la tierra; da el pago a los soberbios. ¿Hasta cuándo Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?”
Jacinto
camina al lado de Quemao.
Quemao habla haciendo gestos con las manos.
Cruzan la calle atravesándosele a los carros.
Un conductor de un desvencijado Ford Sierra azul les grita desde la ventana de su auto.
CONDUCTOR:
¡Ustedes si es verda’ que son arrechos!
JACINTO: ¡‘Te la boca guevón!
El tipo les hace un gesto obsceno con la mano.
QUEMAO: Aquí todo el mundo anda asusta’o.
Pero sobre todo las mujeres. Se notan cuando llevan real, se aprietan la cartera con el brazo
Bromea.
QUEMAO: Y algunas veces contra las tetas.
Jacinto se ríe.
QUEMAO: ¿Me
acompañas a buscar una vaina?
JACINTO: Si, si…
Sentado en emergencias de un hospital, con al menos 3 costillas rotas. Ramiro espera por atención al lado de un grupo variopinto de pacientes.
Con
un español bastante limitado un anciano italiano habla animadamente con a una anciana a su lado.
ANCIANO ITALIANO: El noni sirve para todo.
ANCIANA: ¿Cómo se llama?
ANCIANO
ITALIANO: En, o, en, EEEE
ANCIANA: ¿Cómo?
ANCIANO ITALIANO: ¡NOOO, NEEE! Yo tampoco la conocía… Es de aquí…
Completamente abstraído en sus
pensamientos, ramiro tiene una conversación consigo mismo.
RAMIRO: ¿Qué le pasó en esta ciudad? Esta ciudad no era así…
La anciana saca un papel y un lápiz
de su cartera.
ANCIANA: ¿Me lo escribe en este papel?
ANCIANO ITALIANO: ¿Y por qué no lo escribe usted?
ANCIANA: Porque no se escribir.
ANCIANO ITALIANO: Ahhh…
El
anciano italiano toma el papel que le ofrece la mujer y escribe en él.
La mujer lo mira atentamente.
Ramiro permanece inmóvil sentado en un asiento posterior.
RAMIRO: Trabajar para que un
desgraciado te quite el dinero que ya no alcanza ni para comer el mes completo…
ANCIANA: ¿Sirve para la circulación también?
ANCIANO ITALIANO: ¡Dicen que hasta cura el cáncer!
Una
mujer sentada adelante del viejo italiano se voltea.
MUJER 1: Ustedes me van a perdonar que sea tan entrépita, es bueno porque es natural. ¡Hasta lo toman los médicos!
ANCIANO ITALIANO:
¡Para la edad nuestra es muy bueno!
ANCIANA: ¿Y cómo es?
ANCIANO ITALIANO: Es como una papa…
MUJER 2: ¿Y tiene semilla?
ANCIANO ITALIANO: Si usted no
la compra no va a saber como es…
RAMIRO: Perdóname Dios. Tu sabiduría es Grande y quizás no está en mí comprenderla, pero esta vida es muy injusta…
Una enfermera
se acerca a los pacientes y se lleva a una habitación contigua a una mujer y a un niño con un brazo fracturado.
MUJER 1: ¿Y cómo lo prepara usted?
ANCIANO ITALIANO: La tiene
que hervir y luego si usted la toca se deshace… Usted agarra un colador y la raspa y la guarda en un frasco de vidrio.
La Mujer 2 se acerca al Anciano italiano.
MUJER 2: ¿Y dónde lo
venden?
ANCIANO ITALIANO: ¿Dónde lo venden? ¡En el mercado!
Señala una dirección con el brazo derecho.
MUJER 1: ¡Eso es bueno saberlo!
ANCIANO
ITALIANO: Hay libros que la explican
Ramiro mete la mano en el bolsillo izquierdo y saca el dinero, lo cuenta. Son 12 billetes de mil bolívares.
RAMIRO: Doce mil bolívares… ¿Cómo
hago yo para mantener ahora a Mamaíta a Duglas a Rosarito y a Jacinto por 15 días con doce mil bolívares…?
Guarda el dinero una vez más en su bolsillo.
ANCIANA: ¿Y
usted la prepara verde o madura?
Casi al mismo tiempo.
MUJER 1: ¿En agua fría o caliente?
Emocionada.
MUJER 2: ¡Si, si yo quiero entender!
ANCIANO ITALIANO:
Por eso le estoy explicando… Lo pone en agua fría y la pone en la candela, queda como un carato.
MUJER 2: ¿Me tomo una taza en la mañana?
ANCIANO ITALIANO: Si
MUJER
2: ¿Puede ser un pocillo?
ANCIANO ITALIANO: Si, un pocillo o un vaso de vidrio…
ANCIANA: ¡Vamos a vivir eternamente!
La mujer aplaude y ríe emocionada.
Adolorido,
Ramiro se levanta de la silla y camina al baño. Allí se levanta la franela, tiene un morado gigante sobre el lado izquierdo del pecho. Se baja la franela. Se acerca al espejo del baño.
RAMIRO:
Ya no sirves ni para poner la comida completa en la mesa.
Se mira a los ojos directamente en el espejo.
Suspira.
RAMIRO: ¿De qué sirve un hombre así?
Abre la llave del
lavamanos, pero no sale agua de ella.
RAMIRO: Yo te lo voy a decir. De nada… No sirve para nada.
Rosarito golpea a Duglas.
Duglas se molesta y golpea a Rosarito.
Comienzan a caerse a golpes.
MAMAÍTA:
¡Rosarito, Duglas! quédense tranquilos ¿O prefieren que se los diga con una correa?
Los niños dejan de golpearse.
Mamaíta comienza a toser fuerte y se deja caer en la cama pesadamente.
Preocupados
Rosarito y Duglas se le acercan a cada lado.
ROSARITO / DUGLAS: Mamaíta, ¡Mamaíta!
Mamaíta saca un pañuelo, manchado con pequeñas manchas oscuras, del bolsillo
de la bata y se cubre la boca.
Los niños la miran preocupados.
Al terminar de toser Mamaíta mira que el pañuelo está manchado con abundante sangre.
MAMAÍTA: No es nada
mijos. Sigan jugando.
Mamaíta se limpia la boca con el reverso del pañuelo y lo guarda en un bolsillo de su bata.
Los niños se van a jugar a un patio de piso de tierra.
Mamaíta
se aclara la garganta.
MAMAÍTA: ¡Pero nada de peleas!
ROSARITO / DUGLAS: Ummmju.
Se levanta de la cama y saca la última canilla de pan de la bolsa. Con el cuchillo lo pica
en tres partes. Una más pequeña que las otras dos. Abre los panes, toma el pote de mayonesa del guacal y los unta con mayonesa.
Los coloca en un plato y los deja sobre la tabla.
Está preocupada.
Jacinto no sale de su mente desde que se fue del rancho en la mañana.
Repentinamente, mientras dobla la bolsa del pan en triángulos pequeños, tiene un mal presentimiento.
En un susurro.
MAMAITA:
Ay Cristo nazareno, te lo pido con mi alma y corazón… ¡No me dejes caer a Jacinto en malos pasos!
Se persigna intranquila.
Los rayos del sol se filtran por entre las elevadas estructuras metálicas de un mercado popular, atestado de pequeños comercios con maniquíes
y ropa colgante.
Jacinto y Quemao caminan por uno de los estrechos pasillos del intrincado laberinto.
JACINTO: ¿Una pistola?
Pregunta asombrado.
QUEMAO: Si. Si. Pa’ que saquemos
rial de verda’.
Distraído, Jacinto se detiene a ver la pantalla de un televisor en el que un pequeño carro avanza a toda velocidad por una pista de carreras que irrespeta sin pudor todas las
leyes de la física.
Quemao, que camina más adelante, se da cuenta que Jacinto no está a su lado.
Voltea a mirar y lo ve parado en el fondo hipnotizado frente al televisor junto a un niño
de 9 y otro de 11 años.
Camina hacia él.
QUEMAO: Vamos que estamos en la hora.
Jacinto camina al lado de Quemao.
Voltea a ver el puesto de video juegos una vez más.
El
juego de video y dos los niños se quedan atrás.
Doblan en uno de los pasillos y se acercan a un puesto de ropa interior femenina.
La china, una mujer gorda, blanca y de pelo pintado de rojo, está
sentada en una caja de cartón, comiendo una sopa de pollo con las manos.
LA CHINA: Caramba… ¡Pero mira lo que trajo el viento! ¡El hijo de Eusebio! ¿Cómo está tu papá?
Quemao
se esfuerza por esbozar una sonrisa.
QUEMAO: Perdi’o, lo andan buscando...
La china continúa comiendo.
Pica un trozo de auyama dentro del pote de plástico y se lo lleva a la boca.
Jacinto
la mira parado detrás de Quemao.
LA CHINA: ¿Y ese muchachito viene contigo?
QUEMAO: ¿El catire? ¡Ese es mi socio!
LA CHINA: ¿Pero que edad tienes tú? ¿Nueve
años?
JACINTO: Trece
Dice Jacinto molesto.
LA CHINA: Ahh… todo un hombre
Se ríe.
QUEMAO: Vine para que me prestes una bicha…
La china
se ríe con una carcajada.
LA CHINA: No te digo yo… ¡De tal palo tal astilla!
Con cara de seriedad.
LA CHINA: Pero tú sabes que yo pido la mitad de lo que saques…
¿Verdad?
Quemao asiente.
QUEMAO: ‘tamos listos entonces…
La china coloca la sopa en el improvisado mostrador, Se chupa los dedos y se limpia las manos de la camisa.
Saca
una bolsa plástica azul oscuro de una caja de cartón llena de ropa.
Se la acerca a Quemao.
LA CHINA: Bueno, agarra ahí… Este seguro te va a servir… Solo tiene tres balas…
Pero si me las gastas tienes que reponerlas…
Quemao asiente y agarra la bolsa plástica con el revolver. Y se lo mete en el cinto de su pantalón.
LA CHINA: Cuida’o por ahí…
Y más cuidado con echarme una vaina… ¡Ojo pela’o!
Quemao asiente y junto a Jacinto se aleja del lugar.
Tranquilamente la china se sienta toma el plato de sopa y continúa comiendo.
Completamente adolorido Ramiro
camina lentamente.
Justo frente a él, sobre la acerca, un motorizado que transita por ahí con la moto le pide que se aparte con un gesto.
RAMIRO: ¡Esta es la acera!
El motorizado
acelera y embiste a Ramiro.
MOTORIZADO: ¡Viejo marico!
Ramiro se aparta lo más rápido que puede, pero aun así la moto le roza el cuerpo violentamente.
Jacinto camina
detrás de Quemao mirando con atención a la gente a su alrededor.
JACINTO: Por allá abajo está el Mercantil
Quemao se voltea a mirar a Jacinto con una sonrisa en la cara y le
da una palmada en la espalda.
QUEMAO: ¡’tas aprendiendo carajito!
Jacinto sonríe.
Se acercan a las inmediaciones de un banco Mercantil.
Ven salir a un ejecutivo de 45 años,
muy bien vestido y peinado.
JACINTO: ¿Ese?
QUEMAO: No, ese tiene cara de limpio…
Sale un viejo portugués con una camisa de cuadros y un sombrero.
Lleva un paquete pequeño
envuelto con un periódico.
QUEMAO: Ese es el propio.
Jacinto asiente.
El portugués camina rápidamente entre la gente.
Cruza una calle y comienza a caminar por una calle
más angosta y menos transitada.
El Quemao camina tras de él y lo apunta con la pistola.
El portugués se detiene y acto seguido se voltea sobresaltado.
QUEMAO: Tranquilo viejo que se
me puede soltar un pepazo… Dale la cartera.
Jacinto se acerca al viejo.
Con marcado acento portugués.
PORTUGUÉS: ¿Cómo que dale la cartera? ¡No!
Quemao
se acerca al portugués y le pega con el cañón del arma en el pecho.
Ramiro camina por la calle cabizbajo.
Sintiéndose débil, vulnerable.
De pronto, a unos
50 metros, descubre a Quemao y Jacinto frente al Portugués.
Extrañado. Sin entender claramente lo que ve, avanza unos pasos en esa dirección.
Mira la pistola en las manos de Quemao.
Ve
al portugués sacarse la cartera entregársela a Jacinto.
Ramiro se pone pálido.
Se descompone.
Jacinto saca una faja de billetes de la cartera del portugués.
La guarda en su bolsillo.
El
portugués mira asustado a Jacinto y a Quemao.
QUEMAO: Y también le das ese paquetico.
Señala con el revolver.
PORTUGUÉS: No esto no, esto es de mi hija…
Ramiro
mira lo que sucede estupefacto.
Con tono de incredulidad y de reproche.
RAMIRO: ¡Jacinto!
Jacinto oye la voz y voltea sorprendido a ver a su padre.
Jacinto y Ramiro se quedan mirando a
los ojos por unos segundos.
Quemao voltea a mirar a Ramiro también.
El portugués mira a Quemao mirar a Ramiro y aprovecha para lanzarle un golpe.
Quemao reacciona rápidamente
y le dispara al portugués en un costado.
Una mujer que pasa caminando por ahí en ese momento grita aterrada.
MUJER: ¡Nos están matando! ¡¡POLICIA!!
El portugués
cae al suelo pesadamente.
Quemao se agacha, le arranca el paquete de las manos y sale corriendo del lugar.
QUEMAO: ¡Vámonos!, ¡Vámonos!
Jacinto voltea a mirar a Ramiro y sale
corriendo detrás de Quemao.
Con los ojos llenos de lágrimas Ramiro mira a Jacinto alejarse.
Un buhonero comienza a gritar.
BUHONERO: ¡Agárralo! ¡Agárralo!
Ramiro
siente un fuerte dolor en el pecho, no puede respirar. El sonido comienza a desdibujarse, a ser solo ecos. Sin fuerzas, cae lentamente al suelo.
MUJER: ¿Señor que le pasa señor? ¿Le dispararon
también? ¿Señor…?
Ramiro pierde el sentido.
La mujer se acerca a él y le revisa el cuerpo.
MUJER: No, no tiene nada…
El buhonero lo mira sin comprender.
BUHONERO:
Se desmayó.
La mujer se agacha y le echa aire a Ramiro en la cara con la mano.
Rápidamente un grupo de curiosos se agrupa alrededor de Ramiro y otro grupo alrededor del portugués.
Quemao
y Jacinto dan vuelta en una esquina.
Sin detenerse Quemao se guarda la pistola en el cinto de su pantalón.
Dos jóvenes los siguen corriendo muy de cerca.
JOVEN 1: ¡¡¡Agárralo!!!
La
gente se aparta de ellos sorprendidos.
JOVEN 2: ¡¡¡Agárralo!!!
Un perrocalentero en una esquina grita también.
PERROCALENTERO: ¡¡Agárralos!!
Una
mujer con rollos en la cabeza, que fuma un cigarrillo en la puerta de un edificio, comienza a gritar también.
MUJER CON ROLLOS: ¡¡Agárralos!!, ¡¡Agárralos!!
Quemao
y Jacinto se meten una vez más en los pasillos estrechos del mercado.
Justo a la entrada, los jóvenes que los persiguen se tropiezan con un vendedor que transporta jugo de mandarina en una pecera de cristal.
La
mitad del jugo se desborda de la pecera.
Molesto el hombre les grita a todo pulmón.
VENDEDOR DE JUGO: ¡Coños de madre!
Hábilmente Quemao y Jacinto giran a la izquierda por
un pasillo, a la derecha por otro y salen del mercado.
Entran por la puerta abierta de una casa que parece abandonada.
Pero la casa está llena de hombres negros de diferentes edades.
Todos son haitianos.
Quemao
y Jacinto se miran entre si.
Los haitianos comienzan a hablar entre ellos en una mezcla de francés y de creole.
Quemao y Jacinto se voltean sin entender una palabra de lo que dicen y salen de la casa.
En
la calle Quemao mira la zona.
No se ven los jóvenes que les perseguían por el lugar. Quemao y Jacinto correr hasta una avenida por la que pasan autobuses.
QUEMAO: ¡Vámonos pa’
sabana grande!
Quemao mete la mano y para un autobús.
Ambos se suben a el rápidamente.
Ramiro se despierta en la acera.
En un acto reflejo verifica el dinero en su bolsillo izquierdo.
MUJER:
¿Está bien?
Ramiro se incorpora.
RAMIRO: ¿Lo mataron?
MUJER: No. Está vivo…
Ramiro se persigna.
RAMIRO: Bendito sea a Dios.
Un
buhonero le da un vaso con agua a Ramiro.
Ramiro bebe un sorbo y se levanta del suelo adolorido.
Se escuchan unas sirenas en el fondo.
RAMIRO: Gracias amigo. Gracias señora.
Devuelve
el vaso al buhonero.
BUHONERO: ¡Esta ciudad está llena de ladrones, de asesinos!
A Ramiro se le ensombrece el rostro.
Entre la gente mira al portugués tirado en el piso. Se aclara
la garganta.
RAMIRO: ¿Ya llamaron a una ambulancia?
MUJER: Si… Una mujer llamo de su celular.
Ramiro se acerca al portugués. El portugués hace presión sobre
la herida con los dedos ensangrentados, hay un charco de sangre debajo de él en el piso.
El portugués nota la presencia de Ramiro y se sobresalta.
Trata de levantase.
SRA: Sr. No se levante.
PORTUGUÉS:
¡Usted! Usted conocía a los ladrones…
La Sra. Al lado del portugués mira a Ramiro.
Ramiro niega con la cabeza.
En ese momento llegan los paramédicos del cuerpo de bomberos.
PARAMEDICO:
Permiso Sr.
Apartan a Ramiro.
PORTUGUÉS: ¡Él conocía a los ladrones!
Los paramédicos y la Sra. miran a Ramiro.
Nervioso, Ramiro niega con la cabeza.
RAMIRO:
No, yo no…
Los paramédicos suben al portugués a una camilla y entre cuatro hombres lo llevan a una ambulancia destartalada.
Ramiro mira al portugués y este le devuelve la mirada.
La
ambulancia cierra sus puertas y se aleja del lugar.
El corazón de Ramiro late lentamente.
Tiene la sangre en el cuerpo completamente helada.
En el autobús se escucha “Anacaona”
de Cheo Feliciano.
Jacinto mira al suelo preocupado.
No deja de pensar en la cara de su papá.
Sin prestarle atención, Quemao, sentado a su lado, abre el paquete que le quitaron al portugués.
Son 3 fajas de billetes gruesas, como de un millón de bolívares cada una.
QUEMAO: ¡La pegamos del techo Catire! ¡La pegamos del techo! Y tú sabes que, ¡nos vamos a celebrar!
Petrificado.
Con los ojos fijos en el charco de sangre que el portugués dejó en el suelo, Ramiro saca su biblia de bolsillo.
RAMIRO: Cualquiera que practica el pecado es de Satán, porque Satán ha
estado pecando desde el principio. La razón por la que vino el Hijo de Dios fue para destruir las obras de Satán. Nadie nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él y no
puede seguir pecando. En esto es evidente quiénes son hijos de Dios y en quiénes son hijos de Satán: el que no practica la justicia no es hijo de Dios.
Ramiro se persigna con cara de preocupación.
Por
la calle comienza a pasar lentamente dos camionetas Toyota, blancas, último modelo, con altavoces en sus techos, que intercalan canciones políticas con fragmentos de discursos de Chávez a todo volumen.
Detrás
de las camionetas lentamente avanza una numerosa marcha oficialista.
Ramiro luce pálido.
Completamente desencajado entre la gente.
Al principio algunos de los marchantes evitan pisar el charco de sangre,
pero los que vienen detrás lo pisan sin siquiera notarlo.
Poco a poco el charco de sangre se dispersa, cambia de color y se fusiona con el sucio de la acera. Como si nunca hubiese estado allí.
Ensimismado
Ramiro vuelve a abrir su biblia de bolsillo.
RAMIRO: Y si tu mano te hace pecar, córtala. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego inextinguible del infierno. Y si tu
pie te hace pecar, córtalo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado con dos pies al infierno.
Ramiro cierra el libro y se persigna una vez más.
Lentamente comienza a caminar
en dirección contraria a los marchantes.
Ramiro respira agitadamente una y otra vez.
En su cara se refleja una gran pesadumbre.
RAMIRO: ¿Qué quieres de mi Dios? ¿Qué es lo
que me estas tratando de decir?
Se limpia la frente bañada en sudor frio. Rodea a algunas personas que lleva una gran pancarta con la cara de Chávez y otra con la cara de Maduro.
Hay una alegría
palpable en el ambiente.
Ramiro abre la pequeña biblia una vez más.
RAMIRO: El precio del pecado es la muerte, más el regalo de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro.
Ramiro se detiene.
Está pálido.
Se persigna una vez más.
Por encima del mar de gente, en el cielo, Ramiro observa la cruz de una pequeña iglesia cercana.
Quemao
y Jacinto entran a un hotel de mala muerte en Sabana Grande.
En el ambiente se escucha un vallenato raspacanilla.
Y en un televisor culón de 19 pulgadas vemos y escuchamos, la narración de una reñida
carrera de caballos.
Un hombre desaliñado en la recepción les mira entrar extrañado.
HOMBRE RECEPCION: Epale, ¡Carajitos! ¿Pa’ donde creen que van ustedes?
Con
autoridad Quemao se acerca al mostrador.
QUEMAO: Queremos una habitación y dos putas.
HOMBRE RECEPCION: ¡¡¡No joda!!! ¡Ahora si es verdad que se cago la gata en el cortinero!
Quemao
saca un grupo de billetes del sobre y los coloca en el mostrador.
El hombre de la recepción recoge el dinero y les da una llave.
HOMBRE RECEPCION: ¿Quiere otra cosa Sr.?
QUEMAO: ¡Que
las putas nos suban una botella de whisky 18 años!
Quemao saca otros billetes y los pone en el mostrador.
El hombre de la recepción asiente.
Parado bajo un Cristo, Ramiro observa con
detenimiento las heridas en las manos y los pies clavados a la cruz; La corona de espinas enterradas en la frente. La herida en su costado.
Con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas Ramiro habla lleno
de fe a la figura sagrada.
RAMIRO: Dios salva a ese hombre por favor. No lo dejes morir por favor, ¡no lo dejes morir!
Se persigna con fervor una y otra vez.
Atravesando por entre los
banquillos llega a un pasillo lateral, casi en penumbras, donde se encuentra una imagen de la virgen del Carmen.
Allí se derrumba sobre sus rodillas y se persigna una vez más.
RAMIRO: Virgen del
Carmen… Madre de Cristo, madre celestial. Madre santa. Dame fuerzas. Qué me siento mal, me siento débil…
Cierra los ojos y murmura.
RAMIRO: Rosa Virginia, por favor intercede
por Jacinto con la virgen. Échame una mano… No puedo solo… No puedo…
La virgen parece mirarle desde el altar con infinita conmiseración.
El sol brilla con fuerza en el
cielo.
Rosa Virginia sale del rancho secándose las manos. Vistie una bata rosada de flores blancas y amarillas.
ROSA VIRGINIA: Ramiro…
Ramiro, que ya camina por las escaleras alejándose
del rancho, voltea a mirar a Rosa Virginia.
ROSA VIRGINIA: Ven acá negro.
Ramiro vuelve a subir los escalones.
Se le acerca.
ROSA VIRGINIA: No me digas que estoy loca… Pero
hoy yo te amanecí queriendo más que nunca…
Ramiro la mira, sonríe y le da un beso en los labios.
Ella le besa, se deja besar.
ROSA VIRGINIA: ¿Tú sabes
que yo no te quería dejar solo…? ¿Verdad?
Ramiro asiente y baja la cabeza.
RAMIRO: Pero igual te fuiste…
Rosa Virginia le pasa la mano por la cara y le levanta el rostro.
ROSA
VIRGINIA: Si…
Se miran a los ojos intensamente.
ROSA VIRGINIA: ¿Por qué no te traes a Mamaíta y a los muchachos para acá esta noche?
RAMIRO: ¿Esta noche?
Rosa
Virginia le asiente y le sonríe.
Arrodillado en la iglesia con los ojos cerrados Ramiro murmura.
RAMIRO: Te quiero Rosa Virginia.
Ramiro abre los ojos y mira a la virgen del Carmen
una vez más.
Se persigna y se levanta del altar.
Quemao, Jacinto y las dos mujeres bailan salsa en medio de la habitación. Todos están desnudos, pasándose la botella de whisky los
unos a los otros.
Bromeando y disfrutando sin remordimientos, ni preocupaciones.
QUEMAO: Menor, deja el guabineo y metete un pase, para que veas lo que es bueno. ¿Tú crees que yo te voy a joder?
Esto que te estoy brindando es pura calidax…
La Mujer de 35 años inhala las líneas que acaba de prepararle Quemao.
MUJER 35 AÑOS: Ufff, Si papi, está divina, rosadita,
rica.
Jacinto los mira dudando.
MUJER DE 28 AÑOS: Bueno, no se él, pero yo sí me animo.
Quemao le prepara unas líneas.
Sin dejar de mover sus caderas la mujer
de 28 años se acerca y se mete las dos líneas una tras la otra.
MUJER DE 28 AÑOS: Mmmm… Rica, rica… Como yo…
Se humedece el dedo índice y recoge el resto
del polvo que queda en la cómoda para pasárselo por los dientes.
Se acerca a Jacinto, lo besa sensualmente en los labios.
MUJER DE 28 AÑOS: Pero de verdad… ¿Tú ni siquiera
la vas a probar mi amor?
Borracho, y lleno de curiosidad, Jacinto decide no hacerse más de rogar.
JACINTO: Bien, ‘ta bien.
Quemao sonríe y le sirve dos líneas generosas
en la cómoda.
Jacinto toma el billete y aspira una de las líneas del polvo blanco.
JACINTO: Coño.
Se toca la nariz mientras todos lo celebran.
TODOS: ¡¡¡Eeesooo!!!
Quemao
le pasa la botella. Jacinto sonríe, se toma un largo trago de whisky. Y se mete el otro pase de coca.
Todos le aplauden y le hacen vítores una vez más.
QUEMAO: Nojoda, carajo. ¡Así
se hace catire!
Jacinto se ríe extasiado.
La coca le hace sentir diferente, más fuerte, invencible de alguna manera.
Se bebe otro trago de whisky directo de la botella, se acerca decidido
a la Mujer de 28 años.
Le da un beso lleno de vigor y de deseo.
Se la lleva a la cama y comienza a tener sexo con ella una vez más.
Sentado al lado de la ventana de un autobús desvencijado,
Ramiro mira las calles con la mirada perdida.
Se siente adolorido.
Apesadumbrado.
Con ganas de desaparecer.
De no pensar.
De no sentir.
Atrapado en una larga cola, el autobús avanza
lentamente.
Ramiro mira en las aceras a la gente que camina sorteando a los buhoneros y a las montañas de basura para poder transitar.
Las luces del alumbrado público se encienden.
Algunos buhoneros
recogen sus mercancías, mientras que otros ya las transportan por las calles en carretillas.
Un grupo de hombres bebe cerveza frente a una licorería.
Ramiro comienza a cabecear en el interior
del autobús.
Una mano femenina acaricia el brazo a Ramiro.
Ramiro acomoda la cabeza en el cristal de la ventana.
Rosa Virginia recuesta la cabeza sobre
el pecho de Ramiro.
Ramiro la rodea con el brazo.
El agotamiento mental, físico le vence.
Ya en la autopista el autobús pasa rápidamente por diferentes zonas de la ciudad. Hay
edificios de la clase media. Casas de la clase alta. Ranchos de las clases más bajas.
Rosa Virginia le da un beso a Ramiro en una mejilla y con voz suave le susurra al oído.
ROSA VIRGINIA: Ramiro
despiértate que ya vamos a llegar.
Ramiro abre los ojos, sentado solo en el asiento del autobús. Mira a su alrededor y se levanta apresuradamente.
RAMIRO: Déjeme por aquí, ¡Me
hace el favor!
Ramiro baja del autobús, camina media cuadra y entra a una pollera.
Mira una gran pizarra luminosa con los combos de pollo que se ofertan: Pollo con yuca frita, con yuca hervida, con ensalada
rallada, con arepitas, con bollos.
POLLERO: Buenas noches en que lo puedo ayudar.
RAMIRO: Jefe véndame un pollo y dos raciones de ensalada rallada.
POLLERO: Son 9.500 mil bolívares.
Ramiro
le entrega el dinero al hombre.
Desconfiado, el hombre lo cuenta y lo guarda en la caja registradora.
Solo un momento después un empleado coloca el pollo y la ensalada en el mostrador.
Sin atreverse a
agarrarla, Ramiro se queda mirando la bolsa con el pollo y la ensalada intensamente.
Los trabajadores se miran entre si extrañados.
La noche está oscura.
Solo un cuarto de la luna brilla
en el cielo.
Ramiro camina las calles rápidamente.
Está nervioso, paranoico.
A mitad de cerro una vecina lo saluda y Ramiro acelera sus pasos fingiendo no escucharla.
La vecina lo mira extrañada.
Ramiro
termina de subir la larga escalera se acerca a su rancho y empuja la puerta de tablones de madera y zinc. A mano derecha de la entrada, Ramiro mira intensamente el retrato de Rosa Virginia.
RAMIRO: Ay Rosa Virginia…
El
retrato parece devolverle la mirada.
Ramiro respira profundamente una y otra vez.
MAMAÍTA: ¡Ya llego su Papá!
Rosarito y Duglas corren a abrazar a Ramiro.
ROSARITO /
DUGLAS: ¡Papá! ¡Papá!
Ramiro les toca las cabezas con cariño.
RAMIRO: ¿Cómo están? ¿Se portaron bien con Mamaíta?
ROSARITO / DUGLAS:
¡Si! ¡Si! ¡Si!
Le pregunta a Mamaíta que está recostada con los pies sobre la cama.
RAMIRO: ¿Cómo se portaron?
MAMAÍTA: ¡Esos niños
son unos santos!
Los niños corren a abrazar a Mamaíta.
ROSARITO / DUGLAS: ¡¡¡EHHH!!!
Mamaíta le comenta algo preocupada.
MAMAITA: Jacinto es el
que no ha parado por aquí desde que se fue en la mañana…
Ramiro asiente y prefiere cambiar la conversación.
RAMIRO: ¿Y cómo te sientes tú?
MAMAÍTA:
Ay mijo, cuando uno es viejo la salud ya nunca está con uno…
Duglas se aproxima a Ramiro mirando las bolsas.
Y oliendo el aire.
DUGLAS: ¿Qué trajiste en esa bolsa?
Duglas
toca la bolsa con el dedo.
RAMIRO: ¿Qué crees?
Vuelve a tocar la bolsa con el dedo.
DUGLAS: ¿Un pollo?
Ramiro le toca la cabeza.
RAMIRO: Ummj.
Mamaíta
se persigna y aplaude en una genuina expresión de asombro y alegría.
MAMAÍTA: ¡Ay mijo! ¿Y porque te gastaste esos reales en eso?
RAMIRO: Porque sí, Mamaíta,
porque me pagaron. Y para que todos comamos bien esta noche…
ROSARITO / DUGLAS: ¡¡Ehhh!!
Gritan felices y corren a abrazar a su papá una vez más.
Ramiro suspira nervioso,
con cara de preocupación.
RAMIRO: Bueno, vayan para allá que ya mismo les preparo esto.
Los niños se apartan de su lado.
MAMAÍTA: Deja que te ayudo.
Mamaíta
intenta levantarse de la cama.
Ramiro se apresura a decir.
RAMIRO: No, no Mamaíta, déjame que yo se los sirvo.
En la cama Duglas se sienta en las piernas de Mamaíta.
Está
visiblemente emocionado por la comida.
Ramiro saca el pollo y lo abre sobre la tabla de madera que sirve como mesa.
Saca las dos raciones de ensalada y las sirve en un pote de plástico.
Ramiro voltea
a mirar a Mamaíta, Rosarito y Duglas están sentados en sus piernas.
Distraída Mamaíta le hace unas crinejas a Rosarito en el cabello.
De la unión de una viga del techo con
la pared, Ramiro toma un pequeño pote plástico.
Pensativo y con la frente sudorosa mira el pote por un momento.
En letras rojas, se lee sobre la etiqueta del pequeño pote plástico: Veneno
para Ratas.
RAMIRO: Dame fuerzas Rosa Virginia…
Busca los ojos del retrato y los ojos del retrato le miran de vuelta.
Con manos temblorosas, Ramiro abre el frasco y lo espolvorea generosamente
sobre el pollo y en la ensalada rayada de repollo con zanahoria y mayonesa.
Rápidamente el polvo blanco desaparece sobre la grasa del pollo, sobre la mayonesa.
Los ojos se le llenan de lágrimas.
Ramiro
cierra el pote una vez más y lo coloca en su lugar.
MAMAÍTA: ¿Y cómo te fue hoy en el trabajo?
Sobresaltado Ramiro se seca los ojos con el dorso de la mano y remueve la ensalada
con un tenedor.
Aclara su garganta.
RAMIRO: Bien, por donde pasamos Caracas quedó limpiecita.
Ramiro agarra la comida y se detiene por un segundo.
Cierra los ojos y respira profundamente
una vez, otra vez.
RAMIRO: ¿Cómo vas a hacer esto?
En murmullo, tratando de convencerse a si mismo.
RAMIRO: …Esto es lo mejor para todos Ramiro González. Lo mejor…
Respira
profundo se voltea y lleva la comida a la cama.
Rosarito se acerca a Ramiro.
ROSARITO: ¡Se ve sabrosa!
Ramiro coloca la comida sobre la cama.
Los niños rápidamente meten las
manos en las presas de pollo.
MAMAÍTA: Acuérdense que hay que dejarle a Jacinto…
Duglas levanta medio pollo tratando de separar el muslo.
MAMAÍTA: Cuidado Duglas.
Ramiro
los mira con pesadumbre. Se pasa la mano por la cabeza conflictuado.
Se limpia el sudor de la frente.
MAMAÍTA: ¿Que te pasa mijo?
Ramiro la mira nervioso y aclara la garganta.
RAMIRO:
Nada, nada Mamaíta…
Rosarito saca la lengua asqueada.
ROSARITO: Este pollo sabe raro…
MAMAÍTA: ¡Rosario del valle! ¿Vas a comenzar? ¡Me lo vas diciendo
ya!
Rosarito baja la cabeza y mastica el muslo en silencio.
Mamaíta se sirve ensalada y come un bocado.
MAMAÍTA: Esta sabrosa mijo…
Ramiro mira con horror las pequeñas
bocas de sus hijos y la de su madre masticar la comida.
Rosarito mastica.
Duglas mastica.
Mamaíta mastica.
Las manos de Rosa Virginia se meten en el cabello de Ramiro. Le acarician el
rostro.
ROSA VIRGINIA: Mi amor, no te pongas así. Esta noche vamos a estar todos juntos…
Ramiro la mira intensamente. Respirando de manera entrecortada.
Ella le sostiene la mirada.
ROSA
VIRGINIA: Todo va a estar bien.
Le da un beso en los labios.
MAMAÍTA: ¿Y tú no vas a comer?
Ramiro se espabila y aclara la garganta una vez más.
RAMIRO:
No, no, yo voy a esperar a Jacinto para que no coma solo.
Mamaíta se mete otro bocado en la boca.
ROSARITO: Ay. Me duele la barriga.
Rosarito se levanta de la cama sintiendo un dolor
punzante en el estómago.
RAMIRO: Ven acá. Déjame que te de un abrazo y se te quita.
Rosarito se acerca a su papá y lo abraza.
Ramiro la levanta del suelo.
Duglas
comienza a llorar.
DUGLAS: ¡¡¡Ayy!!! ¡Me lele la barriga!
RAMIRO: Ven acá mijo.
Ramiro lo carga.
Abraza a sus dos hijos con fuerza.
MAMAÍTA:
¡Esa comida estaba mala mijo!
Dice Mamaíta llevándose las manos al estómago.
Ramiro la mira en silencio con lágrimas en los ojos.
Poco a poco los niños van dejando
de llorar.
Van perdiendo el sentido.
Ramiro se quiebra y comienza a llorar sintiendo una tristeza infinita.
RAMIRO: Ay mis hijos…
Dice en un lamento.
Mamaíta recuesta su espalda
de la cama.
Ramiro camina unos pasos y recuesta a los niños en la otra cama.
Mira a Mamaíta.
A Mamaíta le falta la respiración.
MAMAÍTA: Ramiro…
Hace
un gesto para alcanzarlo con la mano.
Ramiro pasa su mano por la frente de Rosarito y le cierra los ojos.
Besa la cara de Duglas y cierra sus ojos.
RAMIRO: ¡Vayan con mamá!
Se levanta
de la cama.
Camina al lado de Mamaíta. Mamaíta le mira con los ojos apagados.
Ramiro se sienta a su lado.
MAMAÍTA: ¿Que hiciste Ramiro?
RAMIRO: Perdóname Mamaíta…
Ramiro
se recuesta en el regazo de Mamaíta.
Ella le pone una mano sobre el rostro.
MAMAITA: ¿Ramiro…?
La mano de Mamaíta se desliza por el cuello de Ramiro y cae sin sentido hacia
un lado.
RAMIRO: ¡Mamaíta!, ¡Mamaíta!
Devastado, Ramiro llora en su regazo, se incorpora, pasa su mano por el rostro de la anciana, le da un beso en la frente y le cierra los ojos.
Se
acerca a los niños una vez más y los acomoda bajo las sabanas de la cama.
Mientras recoge la comida golpea el bombillo sobre su cabeza.
El bombillo se mueve de un lado a otro dibujando y desdibujando
sombras fantasmales en las paredes del rancho.
Ramiro se sienta en una silla.
Saca su biblia de bolsillo. Abre una página al azar y lee con atención.
RAMIRO: Vestíos con la armadura
de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas de Satán. Porque no luchamos contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas, contra huestes
espirituales de maldad. Por tanto, vestíos la armadura de Dios, para que podáis estar firmes. Ceñidos con la verdad, con la coraza de justicia y calzados los pies con el evangelio de la paz. Tomad el escudo
de la fe, con que podáis apagar todas las flechas de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Ramiro se persigna.
Luce cansado.
MAMAÍTA:
Mijo, ¿Porque no te vienes a acostar que ya es tarde…?
Ramiro se espabila sobresaltado y voltea a mirarla.
Mamaíta se incorpora de la cama.
RAMIRO: No, Mamaíta, tengo que
esperar a Jacinto… Comerme el pollo con él…
Mamaíta asiente y se recuesta una vez más.
Se escuchan las risas de Douglas y Rosarito en la cama.
RAMIRO: ¿Y ustedes
que hacen despiertos?
Ramiro da dos palmadas al aire.
RAMIRO: Vámonos. ¡A dormirse!
Ramiro mira a la cama donde están acostados Douglas y Rosarito, Rosa Virginia está
acostada en medio de ellos.
ROSA VIRGINIA: Ya nos vamos a dormir ¿verdad?…
ROSARITO/DUGLAS: Si, si…
Se escuchan unos pasos en la parte de afuera del rancho.
ROSA
VIRGINIA: Escucha… Ahí llega Jacinto…
Se abre la puerta del rancho.
Ramiro se despierta sentado en la silla.
Jacinto abre la puerta del rancho y pasa al interior.
Ramiro voltea
a mirar a la puerta y se levanta.
Se acerca a Jacinto y lo abofetea con fuerza con la mano derecha.
JACINTO: Papá no, papá, papá mira…
Saca el dinero que le dio Quemao
y se lo acerca a Ramiro.
Ramiro mira el dinero sin tocarlo.
RAMIRO: ¿Ahora eres un ladrón? Yo no te crié ladrón…
Lo golpea con la palma abierta en ambos costados y
lo golpea una vez más en el rostro.
Mira a Jacinto tambalearse de la borrachera.
RAMIRO: ¿Estas borracho?
JACINTO: No…
Jacinto se acerca a Ramiro y le coloca el dinero
sobre el pecho a Ramiro.
JACINTO: Toma. Déjame ayudarte…
El dinero se cae, los billetes se desperdigan por el suelo.
RAMIRO: ¿Y si hubiesen matado a ese hombre?
Balbuceando.
Todavía acelerado por el efecto de la cocaína.
JACINTO: No, no, ¡No papá! Eso no pasó, no pasó nada de eso.
RAMIRO: ¿Estas jala’o?
Jacinto
niega con la cabeza.
Ramiro se queda mirando a Jacinto. Viéndolo en toda su dimensión.
Los ojos se le llenan de lágrimas.
Respira profundamente una y otra vez intentando
calmarse.
Entonces cambia el tono de reclamo por un tono más conciliador.
RAMIRO: Todo esto es mi culpa Jacinto… Yo soy el que tiene la culpa de todo… Yo…
Abraza a Jacinto.
RAMIRO:
Perdóname hijo… ¡Tú y tus hermanos son lo que yo más quiero en este mundo!
Ramiro pasa sus manos por la espalda de Jacinto.
Jacinto abraza a su papá sorprendido por tener
su aceptación.
JACINTO: Yo voy a comenzar a traer más plata papá… Vamos a vivir mejor, te lo juro.
RAMIRO: No te preocupes por eso ahora. Ven acá, siéntate, un
pedazo de pollo conmigo.
Se separa de Jacinto, abre la bolsa con el pollo, el pote de ensalada lo pone sobre la tabla que hace las veces de mesa.
Jacinto sonríe.
JACINTO: ¡Esto se ve
muy bueno!
Ambos se sirven del pollo y comienzan a comer con apetito.
RAMIRO: Prueba la ensalada. Mamaíta dijo que estaba muy buena…
Jacinto se sirve ensalada. Ramiro lo
mira complacido.
Ramiro se sirve también.
RAMIRO: Rosa Virginia me dijo que quería hablar contigo esta noche…
Sorprendido.
JACINTO: ¿Mi mamá?
Ramiro
asiente con seriedad.
RAMIRO: Mmmmjmm… Pasó conmigo toda la tarde.
Jacinto sigue comiendo y lo mira extrañado.
JACINTO: ¿Cómo?
Ramiro le mira mordiendo
un ala del pollo con apetito.
Jacinto comienza a sentir un dolor agudo en el estómago.
JACINTO: ¡¡¡Ahh!!!
Ramiro coloca el ala sobre la bolsa, se limpia la mano con una servilleta.
RAMIRO:
Tranquilo. Ven acá.
Ramiro se acerca a su hijo y lo abraza con fuerza contra él.
Jacinto forcejea desesperado, pero la fuerza de Ramiro es mayor.
Jacinto se queda sin aire, busca respirar.
Con
la voz entrecortada.
RAMIRO: Ya termina hijo… Ya termina…
Jacinto convulsiona y pierde el sentido.
Ramiro lo carga hasta la cama y lo recuesta en ella.
Le pasa mano por la cara.
Le
cierra los ojos.
Camina a la cocina, agarra un bidón de gasolina y comienza a echarlo por las paredes del rancho, por la alacena, la mesa, las camas y sobre él mismo.
Ramiro siente un fuerte dolor
en la barriga. El bidón se cae al suelo, la gasolina se derrama por sobre los billetes en el suelo.
Ramiro se retuerce de dolor, se tambalea y se sienta en el piso.
Con dificultad saca una caja de fósforos
de su bolsillo y enciende uno de ellos. Mira la pequeña llama entre sus dedos por unos segundos y la deja caer al suelo.
Rápidamente el fuego se esparce por el lugar.
Por las paredes, por el techo.
Los
billetes de 500 y 1000 bolívares arden vorazmente en el suelo.
El reflejo de las llamas amarillas y naranja ilumina la cara de Ramiro.
Con voz entrecortada por el veneno que le quema las entrañas.
RAMIRO:
Ten piedad de nosotros Dios; límpianos de todas nuestras culpas y pecados…
En segundos la casa está envuelta en llamas haciendo una gran hoguera.
Una espesa columna de humo sube al cielo.
Caracas
de fondo, luce inquieta, llena de pequeñas luces en movimiento.
En el cielo despejado brillan con fuerza las estrellas.